Muere a los 76 años el cantante Al Jarreau, la voz de terciopelo del jazz

 

El músico estadounidense, célebre por éxitos como «Moonlighting», ha fallecido a los 76 años en Los Ángeles.

Cualquiera que se pasee por Spotify en estos momentos podrá comprobar que el primer disco que aparece de Al Jarreau es su colección de mullidas versiones de Bill Withers, una manera más que apropiada para despedir al crooner de voz aterciopelada y sonrisa radiante, fallecido ayer en un hospital de Los Ángeles a los 76 años tras varios días de hospitalización. La mención a Withers, el soulman que pudo reinar pero prefirió dejarlo todo para dedicarse a la vida familiar, no es casual, ya que representa a la perfección esa curva del éxito que, mientras que el autor de «Ain’t No Sunshine» despreció sin miramientos, Jarreau sí que supo aprovechar exprimiendo a conciencia las posibilidades de una voz que mantuvo fresca y versátil hasta el final.

Puede que en los últimos tiempos se hubiese convertido en carne de festivales chic y plato principal en sofisticados atracones de nostalgia, pero el cantante estadounidense, nacido en Milwaukee en 1940, encarnaba a la perfección esa era en la que los cantantes se arrimaban al jazz henchidos de distinción y vestidos de etiqueta. Unos ropajes que, durante cuatro décadas, Jarreau supo combinar con un fondo de armario en el que nunca faltaron vistosas colecciones dedicadas al pop y al soul ni retales de rhythm’n’blues convenientemente acomodados a esa garganta acolchada. Unas credenciales que, traducidas al idioma de la industria, nos dejan con un buen puñado de discos vendidos, media docena de premios Grammy y éxito inolvidables como «Mornin’» «After All», «We’re In This Love Together» y, sobre todo, su canción para «Luz de luna», serie televisiva protagonizada por Bruce Willis yCybill Shepherd, con la que selló su pasaporte a la perdurabilidad.

Psicología y pop

Hijo de un pastor evangélico y quinto hermano de una familia de seis, Jarreau se hizo como cantante allá donde se forjaban las mejores voces del momento –esto es, en la iglesia, donde, para más señas, su madre tocaba el piano– y, después de licenciarse en Psicología, empezó a alternar su trabajo como rehabilitador en San Francisco con sus actuaciones junto a George Duke, el legendario pianista que se codeó con Dizzy Gillespie, Frank Zappa y Miles Davis.

A finales de los sesenta Jarreau ya había decidido dedicarse en cuerpo y alma al jazz, pero no fue hasta bien entrada la década de los setenta cuando su nombre empezó a circular por las listas de ventas gracias a «We Got By», su primer trabajo. A partir de ahí, la carrera del estadounidense no hizo más que ganar altura hasta llegar a «Look To The Rainbow», trabajo con el que se embolsó su primer Grammy y, sobre todo, «Breakin’ Away», álbum con el que estrenó los ochenta dándose un baño de masas y patentando esa mezcla de jazz vocal, soul ligero y pop con vistas al funk con la que buscaba darle una pátina de contemporaneidad al sonido de su juventud.

Sus cabriolas vocales, rayanas con el exhibicionismo para algunos, también hicieron buenas migas con la samba, encontraron en la guitarra algodonada de George Benson una compañera de viaje a la altura y supieron hacer suyas canciones de titanes del jazz como Bill Evans y Duke Ellington. En activo hasta el pasado verano, cuando pasó por el prestigioso festival de Montreaux, Jarreau tenía programada para este año una gira por Estados Unidos y Europa que, sin embargo, ya se vio obligado a cancelar hace una semanas después de ser hospitalizado por cansancio extremo.

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