¿Por qué podemos sentir cuando alguien nos está mirando fijamente?
A todos nos ha pasado y es una sensación perturbadora.
Estamos en lo nuestro, ensimismados, concentrados en alguna tarea u objeto y, de pronto, percibimos algo como una alteración en el ambiente, una energía externa que proviene de otro lugar. Levantamos la cabeza y vemos que alguien tiene su mirada clavada en nosotros.
¿Cómo lo supimos?
A pesar de que esa mirada pueda ser de intimidación, admiración o compasión, el haberla detectado no deja de ser sorprendente para nosotros. Como si tuviéramos un sexto sentido.
La ciencia ha intentado encontrar respuestas a este fenómeno conocido como «percepción de la mirada» y, aunque no hay resultados concretos, sugiere que hay una compleja red neurológica detrás de esta habilidad.
Hay varios elementos que se combinan: uno tiene que ver con la evolución del ojo humano, otro en cómo dependemos de la interpretación de las miradas en nuestro desarrollo y comunicación como seres sociales y, finalmente, en cómo nos sirve como mecanismo de defensa y supervivencia.
Ojos humanos
En contraste con otros animales, la parte del ojo humano que rodea la pupila, la esclerótica o blanco del ojo, es considerablemente mayor.
En la mayoría de las especies, la pupila es grande y abarca casi todo el ojo. Esto es particularmente útil para ocultar los ojos y no llamar la atención de depredadores. Al mismo tiempo, el depredador no quiere que la presa sepa que la tiene en la mira.
Pero, en los humanos, un blanco de ojo grande nos permite determinar rápidamente la dirección de la mirada del otro.
Mirando de frente a la cara de otra persona podemos definir con bastante exactitud si está mirando a la derecha, a la izquierda, arriba, abajo o directamente a nosotros.
Y no tenemos que estar de frente. También podemos evaluar la dirección de la mirada a través de nuestra visión periférica, aunque este método es menos exacto.
Sin embargo, no tenemos que estar viendo los ojos ajenos para calcular en qué dirección apuntan. Nuestra visión periférica también toma en consideración la posición de la cabeza y el ángulo del cuerpo para saber si la persona nos está mirando o no.
En todo caso, sin todavía no estamos seguros, nuestro cerebro trata de ser positivo y presume que la mirada sí está sobre nosotros.
Colin Clifford, profesor de Psicología del Centro de Visión de la Universidad de Sídney señala que una mirada directa puede ser una señal de dominio o amenaza y, si uno la percibe así, quiere prestarle atención.
«Simplemente presumiendo que la otra persona nos está mirando podría ser la mejor estrategia», indica Clifford.
El lenguaje de los ojos
Esto se debe a que los humanos somos muy sensibles a las miradas de otros.
La supervivencia humana ha llegado a depender mucho más en la cooperación y coordinación de nuestros esfuerzos con los de otras personas.
Como nuestras habilidades de comunicación se han vuelto más criticas, los biólogos han sugerido que el blanco de nuestros ojos evolucionó para mejorar esas habilidades.
A pesar de que desarrollamos un complejo lenguaje hablado, la mirada puede expresar muchas cosas que el idioma no puede, así como conceptos que tomarían mucho tiempo en verbalizar, como algún peligro inminente en el entorno.
Esta especialización expresa cómo nos sentimos, cuáles son nuestras intenciones, qué nos gusta y qué no nos gusta.
El contacto visual directo con otra persona es la más frecuente y más poderosa señal no verbal que tenemos en nuestro repertorio: es un factor crucial en situaciones de intimidad, intimidación e influencia social.
Por eso es que a los humanos les queda difícil esconder sus emociones y las miradas expresan toda una gama de sentimientos.
De ahí que tengamos expresiones como «me miró con ojos tristes» o «sus ojos mentían» o «si las miradas mataran».
Igualmente, por eso es que estamos siempre conscientes de que «alguien nos mira». El detectar de repente esa mirada fija no tiene que ver con percepción extrasensorial, ni un sexto sentido.
Predisposición
Tiene que ver más con la naturaleza humana y hay varias situaciones que lo pueden explicar.
Un estudio publicado en la revista especializada Current Biology, en 2013, dice que estamos predispuestos a pensar que alguien nos está mirando aunque no los podamos ver e, inclusive, cuando no tengamos evidencia alguna que lo sugiera.
Mirar a alguien es una señal social. Usualmente significa que queremos entablar una conversación.
Como nuestra inclinación natural es presumir que la persona detrás nuestro nos está mirando fijamente, la sensación que tenemos podría iniciar el simple cumplimiento de ese presagio.
El fenómeno también puede ser el resultado de la información que hemos recopilado de nuestro entorno, mucha adquirida a través de nuestra visión periférica.
Una de las primeras cosas que detectamos en otra persona es la posición de su cabeza y cuerpo. Si alguno de estos está posicionado en nuestra dirección, particularmente de una forma poco natural, es causa de alerta.
El caso más obvio es cuando el cuerpo de alguien está en dirección contraria pero su cabeza está dirigida hacia nosotros. Eso hace que le prestemos más atención a sus ojos.
De la misma manera, cuando presentimos esa mirada furtiva, vamos a levantar la cabeza en dirección a dónde creemos que proviene. Ese movimiento puede provocar que la otra persona dirija su mirada hacia nosotros.
Cuando los ojos se encuentren, cada uno supondrá que fue el otro quien estaba mirando fijamente.
Otra respuesta puede venir de lo que se llama sesgo confirmatorio.
Nosotros sólo recordamos las veces que nos hemos volteado a encontrar a otra persona que nos miraba, o aparentaba estar mirándonos, fijamente, no las veces cuando no sucede.
Y esa sensación perturbadora que sentimos es psicológica y emana de pensar que alguien tiene sus ojos clavados en nosotros y no de la misma acción física.